jueves, 10 de septiembre de 2009

Partidas

¿Recuerdas que me abriste como a una flor artificial? Me tomaste en tus manos y me sentí tan pequeño como una hebra de mis cabellos, enredado entre tus dedos me abrí la piel morena y dejé que te adentraras en la profundidad de mi olor, en aquella humedad de llanto entre mis piernas. Si alguna vez me preguntaran tu nombre jamás lo pronunciaría porque sólo podría nombrar una inicial; no por vergüenza pues jamás me avergonzaría de algo tan delicioso, sino porque deseo guardar tu nombre para mí, para invocarlo a solas y convencerme de su existencia. Sé que tú, A., eres el hombre más cruel que hasta ahora he conocido. A pesar de la juventud que te envuelve el cuerpo, actúas y piensas como si tuvieras más años que yo; con aquella predisposición a mostrarte, de enseñarme tu piel blanca hasta hacerme creer que morderla me llenaría la boca de un sabor más dulce al de la carne de una guanábana. Conoces bien las tácticas del deseo, por ello me envolviste con tu piel vuelta sudario, en una habitación impregnada con nuestro olor me coronaste emperador de aquél instante y de las voces que, más allá de la ventana y la ciudad, nos cantaban. Por ello, al despertar olfatee el aire, igual que un cervatillo, en busca de tu olor; olí mis brazos por si aún habían restos de tu saliva seca en ellos... me precipité sobre la almohada y ahí te encontré, en aquella suavidad, en esos pliegues donde, vuelto aroma, todavía dormías acurrucado. Amaneció y sólo tenía tu olor en una almohada y sobre el buró los billetes que pactaban lo convenido la noche anterior en el zaguán de aquella casona. A., todas las partidas al final dejan un breve rastro de permanencia: un olor, una imagen o un signo infinito que siempre es aquella inicial que se niega a desaparecer... Creo que eso puede ser algo muy cercano al amor.

Iván Vázquez

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