jueves, 10 de septiembre de 2009

Partidas

¿Recuerdas que me abriste como a una flor artificial? Me tomaste en tus manos y me sentí tan pequeño como una hebra de mis cabellos, enredado entre tus dedos me abrí la piel morena y dejé que te adentraras en la profundidad de mi olor, en aquella humedad de llanto entre mis piernas. Si alguna vez me preguntaran tu nombre jamás lo pronunciaría porque sólo podría nombrar una inicial; no por vergüenza pues jamás me avergonzaría de algo tan delicioso, sino porque deseo guardar tu nombre para mí, para invocarlo a solas y convencerme de su existencia. Sé que tú, A., eres el hombre más cruel que hasta ahora he conocido. A pesar de la juventud que te envuelve el cuerpo, actúas y piensas como si tuvieras más años que yo; con aquella predisposición a mostrarte, de enseñarme tu piel blanca hasta hacerme creer que morderla me llenaría la boca de un sabor más dulce al de la carne de una guanábana. Conoces bien las tácticas del deseo, por ello me envolviste con tu piel vuelta sudario, en una habitación impregnada con nuestro olor me coronaste emperador de aquél instante y de las voces que, más allá de la ventana y la ciudad, nos cantaban. Por ello, al despertar olfatee el aire, igual que un cervatillo, en busca de tu olor; olí mis brazos por si aún habían restos de tu saliva seca en ellos... me precipité sobre la almohada y ahí te encontré, en aquella suavidad, en esos pliegues donde, vuelto aroma, todavía dormías acurrucado. Amaneció y sólo tenía tu olor en una almohada y sobre el buró los billetes que pactaban lo convenido la noche anterior en el zaguán de aquella casona. A., todas las partidas al final dejan un breve rastro de permanencia: un olor, una imagen o un signo infinito que siempre es aquella inicial que se niega a desaparecer... Creo que eso puede ser algo muy cercano al amor.

Iván Vázquez

lunes, 29 de junio de 2009

Noelia

I

Afuera

el cielo caía en gotas

y algunos animales

recogieron nubes con la lengua.

Nosotras

enredadas y cautivas

lloviznábamos a través

de nuestra bóveda vaginal;

te recibía en mis manos

y bogaba entre tus piernas,

hasta que la premura se volvió monzón

y nos ahogámos en nosotras mismas.

Fuera

comenzaba la llovizna

y nosotras

nos amábamos en diluvio.

II

Anochecidas

por el olor a madera

y mierda

y ave,

supe que entre tus labios

crecía un olivo.

De frente

sólo pudimos mantener

el silencio.

Aquél mutismo

que dejan los cuerpos

luego de mojarse

con palabras.

Anochecidas

y secas

nos tejimos en mito

y liturgia.

Iván Vázquez

sábado, 16 de mayo de 2009

¿Peso o Levedad?

En ocasiones, cuando nos acercamos a una novela, un poema o alguno de esos textos que no podemos clasificar y que en realidad no importa hacerlo, porque están tan hermosamente desarrollados que intentar encajarlos en algún género o subgénero literario resulta ocioso e innecesario. Como decía, cuando leemos no siempre estamos conscientes de lo profundo, revelador o trascendente de lo que el autor nos quiso expresar con su arte. Y no es porque seamos incapaces, sino porque no era el momento de hacerlo, de encontrarlo.
Eso de lo que hablo me sucedió con Milan Kundera y “La insoportable levedad del ser”, cuando leí la novela me dejé llevar por la historia y por la crueldad por parte del autor de comprometernos con los personajes para luego dejarnos desamparados, a la deriva. No fui más allá de la novela, la estructura y la historia de amor peculiar. He ahí el problema. No estaba listo para encontrar lo que verdaderamente era esencial, aquello que Kundera nos dice en las primeras páginas y que nos ejemplifica con la historia de Tomás, Teresa, Sabina y Franz.
Milan Kundera nos plantea el mito del eterno retorno al principio de la novela y nos dice que el Eterno Retorno es la carga más pesada, convirtiéndose nuestras vidas sólo en levedad. ¿Entonces, podemos decir que la nuestras vidas transcurren entre esas repeticiones perpetuas de las que habla Kundera?
Como artista y homosexual me veo inserto en un gran devenir. Porque al igual que cuestionaría Kundera: ¿Peso o levedad?, muchas veces resulta difícil decidirse por una de ellas.
En la novela, Milan Kundera define al peso y a la levedad de la siguiente manera:
“La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. Pero en la poesía amatoria de todas las épocas la mujer desea cargar con el peso del cuerpo del hombre. La carga más pesada es por lo tanto, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será.”
“Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes.” (p. 9)
¿Por qué digo que como homosexual y artista estoy en una disyuntiva al momento de elegir? Porque el ser homosexual encuentra su correspondencia en el peso y el ser artista lo hace a su vez con la levedad.
Mi peso es el enfrentarme ante la otredad como homosexual, independientemente del medio en el que me desarrollo; medio que es tolerante, que no le importa con quién se comparte la cama, porque al final de cuentas es un aspecto que sólo interesa a dos personas, no más. Sin embargo, el mundo existe así como la intolerancia y el aceptar mi condición sexual me arrastra a la tierra, a la realidad, una realidad que no siempre es permisiva. El peso ayuda, porque me obliga a ver el mundo de una manera objetiva.
Si no aceptamos nuestro peso, no podemos aceptarnos; porque si el peso es nuestro anclaje a la realidad, al negarlo negamos la realidad y a nosotros mismos.
La levedad es el arte. Mi arte. Aquél por el que estoy dispuesto a dejar la vida en unas páginas, deshilvanarme intentando tejer historias, tratando de encontrar lo que no soy – y tal vez nunca sea – en el plano de la ficción; porque, precisamente eso, es lo que me da aliento. El arte me alimenta. Pero, el arte suele ser engañoso, el arte puede ofrecernos delicias de oropel, porque es fácil perdernos en la fantasía, volvernos leves.
Por ello me vuelvo leve frente a la pantalla de la computadora o al intentar colorear la palidez de la hoja en blanco. Ya no soy Iván Vázquez. Soy uno y muchos seres de tinta y papel, que viven a través de mí, se alimentan de mis ojos y de lo que anhelo. Entonces, como diría Kundera, me elevo, me distancio, me vuelvo real a medias. Sin embargo, las historias acaban, aunque no siempre lo parezca y es en ese punto, cuando no hay nada más que decir y se coloca el punto final que, de nuevo, caigo en la realidad y tengo que anclarme a mi peso para no flotar y perderme en la fantasía propia.
No podemos ver al peso y a la levedad como conceptos diferentes, antagónicos; el peso no sería peso si no hubiera levedad y viceversa. Se complementan. Pero ninguno de los dos estados es definitivo, porque siempre estaré saltando de uno a otro. He ahí el eterno retorno. Siempre habrá algún detonante que nos haga conectarnos en aquél punto alto de algún plano desconocido.
Por poner algún ejemplo. Somos, cada uno de nosotros un océano inmenso, cuyas aguas se evaporan y se condensan, hasta que algo hace detonar toda aquella mole concentrada y hace que la lluvia se precipite de nuevo hacia el océano, para volver de nuevo a elevarnos. Toda experiencia como un ciclo.
Como individuos, jamás sobreviviremos demasiado tiempo, tampoco la levedad, el peso, el alma o todo lo que nos han enseñado que es trascendente. No lo hará. No sobrevivirá. Pero el universo y todas aquellas reacciones que provoquemos, ya sea como artistas o como seres humanos, se extenderán por siempre.
Iván Vázquez

sábado, 2 de mayo de 2009

El sediento

* Presentado el 26 de marzo de 2009
en el marco del Día Internacional de la Poesía
en la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY
Cuando se me invitó a participar en esta mesa panel lo primero que pensé fue: ¿Qué poema dejó marca en mí? Es una de aquellas preguntas que nos hacemos por un momento y, al siguiente, ya le olvidamos y dejamos sin respuesta. La primera vez que leí un poema fue hace casi una década y aún no me convertía en un lector seducido por la Literatura. Entre las primeras cosas que había leído se encontraban algunos libros sobre arqueología maya de mi padre – que aún desconozco el por qué de aquellos textos en el librero pues mi padre es maestro de Geografía y Artísticas – y algunos recetarios de mi madre; salvo aquellas dos muestras de literaturas sin duda alguna influenciadas por los roles de género, tenía un ejemplar ultra concentrado de Las mil y una noches que me habían regalado en un cumpleaños. Fue entonces que la insatisfacción de las lecturas de casa me obligó a pisar por primera vez una biblioteca.
Tenía catorce años pero, la historia de este poema tiene germen en mis doce años, cuando me coloqué frente a un espejo y mirando mi reflejo, observando aquellos esbozos de facciones masculinas y los ojos extrañamente abiertos, en un murmullo me dije: Soy homosexual. No pude evitar llorar y el lazo entre mi búsqueda y el agua se hizo presente. Supe que debía encontrar algo, lo que fuere, que pudiera convertirse en ancla, un afiance a tierra para no zozobrar en las tormentas propias; hallar unos oídos mudos que me escucharan y que jamás traicionaran mi secreto. La hoja en blanco siempre es el más fiel de los escuchas y, a menudo, encontramos consejo en ella. Por ello es que devoré los áridos libros de arqueología maya y los barrocos recetarios de mi madre. Hasta que el secreto se volvió una pequeña bola de nieve resbalándose por la montaña. Creciendo. Mientras aumentaba hasta casi anunciar el súbito desastre es que huí en busca de complicidad.
Encontré aquél libro de Octavio Paz en el anaquel correspondiente a Literatura Mexicana. Abrí el libro y me sorprendió encontrar que mis dedos eran los primeros en tocarlo, las páginas estaban inusualmente blancas y si sostenía el libro apoyando el lomo sobre la palma de mi mano no se abría en ninguna página, conservaba el rigor del empastado nunca antes forzado por mano alguna. Y fue en ese momento que el fetiche futuro por desvirgar un libro se inició, oler sus páginas y deslizar un dedo entre sus pliegues. Me llevé el libro a la casa y comencé a leerlo, hasta que me topé con “El sediento” una mano con letras negras me abofeteó el rostro y me descoció los ojos. Porque, al igual que en el poema, me sentí sediento. La búsqueda, contrario a lo que podría esperarse, no había terminado sino comenzado y hasta ahora la continúo.
Por ello es que desde ese momento siempre he intentado buscarme en la hoja en blanco. Irónicamente, el primer poema que me enriqueció también me volvió un sediento, aquél sediento que bebe agua del mar, que bebe hasta el hartazgo y, a pesar de ello, el agua salada sólo aumenta su ansia. Todo, pues, se resume en eso: en mí bogando palabras para beberlas o buscando oasis en libreros vueltos desiertos para también beber con la lectura pues toda hoja, ya sea en blanco o escrita, al final se vuelve naufragio.
Iván Vázquez
***************************************************
El sediento

Por buscarme, Poesía, en ti me busqué:
deshecha estrella de agua,
se anegó en mi ser.
Por buscarte, Poesía,
en mí naufragué.

Después sólo te buscaba
por huir de mí:
¡espesura de reflejos
en que me perdí!

Mas luego de tanta vuelta
otra vez me vi:
el mismo rostro anegado
en la misma desnudez;
las mismas aguas de espejo
en las que no he de beber;
y en el borde del espejo,
el mismo muerto de sed.

PAZ, Octavio. En Poemas

domingo, 12 de abril de 2009

Oración del Onanista

Padre mío que de la pared pendes, sobre m cabeza, coronando mi deseo. Santificado sea tu abdomen, placa firme de piedra sobre la que mis dedos labran tu mandato, decálogo que me susurras en silencio, deletreándolo con tu mirada de vidrio. Venga a mí tu cuerpo, reino arado que desangra la sequía propia por estar siempre observando y ajeno. Hágase nuestra voluntad ya sea en mi cuerpo o el tuyo. Uno en otro. Dentro. Hasta evangelizar mis entrañas. Dame hoy tu ofrenda líquida, aquél espíritu santo que vuela de tu vientre hacia mis nalgas; óleo espeso que me prepara a morir por un instante. Perdona mi atrevimiento y desnudez así como yo perdono tu ausencia a mi costado. No me prives de repetir noche a noche el solitario rito de tu adoración y nunca me libres del placer. Ama. Amemos. Amen. Amén.
Iván Vázquez

lunes, 2 de marzo de 2009

Día de Closeteras

Para todos aquellos cuyos clósets son muy cómodos:

Un dia llevadero

Te levantas a mediodía
esperando un día verdadero
o por lo menos llevadero
para que tu closet no se abra y deje salir
todos esos juguetes esqueléticos
que llevas dentro
de una niñez muy poco niña
Era aquello
que conocías y dabas por dado
las palabras de tu padre
que comenzaste a cuestionar antes de los 14
antes de los 10
mucho antes de tu padre morir
ahora te arrepientes una pizca de sal
un puntito negro en cartulina blanca
pero te pasas la lengua en la herida
para que no duela aquello
para que no duela tanto
la gota que te cae en la frente
una y otra vez
a ver si te crece una ectalagmita
o un cuerno agradecido
de que vuelvas a ser niño
aunque te cuestiones cómo serías de niña.

Poema de David Caleb Acevedo A.K.A. Elijah Snow
Tomado del blog: http://lacarenciadelaquerencia.blogspot.com/

sábado, 14 de febrero de 2009

EN SUS OJOS INFINITOS...

Para el abismo de sus pupilas
El cielo a veces me escupe y caigo como una gota en cualquier lugar. No importa dónde ni la razón por la cual deba estar ahí; lo verdaderamente importante es que, por algún motivo, siempre es el momento indicado. Y luego, cuando todo ha pasado, igual que toda gota me evaporo para elevarme y ser llevado a otro sitio.
Caí. En aquellas mesas ocupé la silla de siempre, escuchando el mismo barullo, fumando de la misma forma compulsiva, pero solo y sin los rostros conocidos de otro tiempo. Escribía garabatos que se desenredaban de sí mismos y se curveaban hasta deletrear un nombre. Y yo me llevé el nombre a mis labios, les ungí sonido con mi lengua y dientes para luego desgranarlo en un suspiro. Y ahí, al fondo, apareció él de la misma forma solitaria en que yo me hice cuerpo ante sus ojos.
Nos miramos. Fingimos no existir, pero durante aquél segundo en que nuestros ojos se enfrentaron ninguno de los dos pudo evitar ser ultrajado por el recuerdo. En un pestañeo nuestra imagen junta en aquellas mesas, riéndonos y desperdiciando el tiempo. En sus ojos infinitos nos ví a nosotros en aquella noche en que nos admiramos en silencio y apagamos las luces para no avergonzarnos. Hombre frente a hombre. El espejo y nuestra piel. Ambos, reflejos del deseo. Nuestra ansia adivinada. Nuestra ansia anochecida. Pegados a nuestros ombligos como colibríes al alcatraz libamos. Libamos. Luego escapamos por el vientre hasta encontrarnos en nuestro secreto. Un secreto de sábanas y sonidos que fueron desfalleciendo frente a una almohada. Tus ojos ahogando la imagen en mi nuca y yo, sometido, torciendo el cuello para encontrar tus labios y devorarte el aliento. El dolor no fue eterno, desapareció cuando el cosquilleo en mis entrañas llegó.
Y continuamos mirándonos, a la distancia nuestros cuerpos mudos. No quise regresar a nuestra realidad. Desee continuar en este juego de la pretensión. Engaño. Engaño y placer. Tus amarres y los míos. Mis cuerdas más frágiles que las tuyas. Y ambos mirándonos, sin ignorar que podría haber otro par de ojos que podrían observarnos y de inmediato querrían convencerme para que olvide tu reflejo en mi piel. Nos hallamos iguales en algo que no es el cuerpo y que, por lo mismo, jamás podrá descomponerse. Aún lejos, aún en nuestra propia ignorancia seguiremos siendo tan iguales, tan cercanos, que nuestros nombres se confundirán en los otros labios porque, hasta en eso, nos parecemos.
Todo en un segundo. Luego desviaste la mirada y continuaste fingiendo que entre nosotros no existía más que ese silencio, aquella distancia. Me consoló saber que no había odio en tu mirada, sólo el espejo opaco de la mirada detenida en el tiempo, enfrascada en la nostalgia y, mientras bebía el olvido directamente de tus pupilas, me evaporé…
Iván Vázquez

miércoles, 11 de febrero de 2009

ESCRITO SOBRE DOS CUERPOS (FRAGMENTO)

II

DESDE LA VENTANA UN SOL Y TU CUERPO SOBRE LA CAMA. Todos en una tierra alejada. Desde la ventana el frío y la mañana nos podían observar, a ti dormido y a mí vigilando tu sueño. Desde la cama cercana yo vigilaba tu sueño. Y supe que estaba acercándome a un desbarrancadero y que el más ligero soplo de viento me empujaría hacia el abismo. Un silencio y aquél espacio entre tu cama y la mía que siempre fue esa frontera que nos separaría; aunque no por mucho tiempo, pero ni tú ni yo lo sabíamos. Luego de esa mañana, luego de muchas mañanas que se acumulan como los meses alrededor de mis ojos y párpados ya te veía dormido y en silencio. Como un faro que no iluminó jamás tu sueño te vigilaba, arremolinándome, siendo ola y sargazo esperaba que tu respiración se convirtiera en espuma y se estrellara en mí, emanando luz sin que esta atravesara tus párpados.
No amanecí, ni aquella ni muchas mañanas. Fui noche que se precipita sobre sí misma, mar, un faro ignorado y tu amigo.
Iván Vázquez

domingo, 8 de febrero de 2009

NOSTOS (Recuerdo)

1


Ahora, sólo ahora veo que los reflejos se van; se pierden en nuestros ojos o nuestros labios al no ser nombrados. No reflejamos la voz, mucho menos nuestro rostro y sentimos que ya nos estamos yendo. Ignoramos hacia dónde, sólo sabemos que tal vez nunca nos encontremos; porque nadie se baña dos veces en el mismo recuerdo que no es un río, tampoco será cascada de la que bebamos para sentir – por un momento estúpido – que nos lavamos el alma o los secretos. Y sin embargo, nos empeñaremos en volver; pues somos tan ingenuos al pensar que se puede lavar la sangre mediante el recuerdo; una nostalgía que nos irá devorando la carne hasta comprender la inevitable movilidad del tiempo. Ergo si muove, y nosotros también con el mundo, rotamos sobre nuestros recuerdos mientras la mente traslada en otros cuerpos.
Iván Vázquez

domingo, 1 de febrero de 2009

Cuando las cangrejas cantan …

Escucho a Celia Cruz, una cachita de barro y voz de alondra. Escribo y una parte de mí desea que todo sea silencio. El silencio claro de una memoria sucia y nublada. Y recuerdo el momento en que le robé la voz a un muchacho.

Cuando le veía por la calle, me resultaba el ser más insignificante de todos. Una típica loca atrincherada en la oscuridad de su closet, asfixiada del olor a roble, naftalina y ropa guardada. Caminaba con la ropa amplia, que no se le convirtiera en una segunda piel que mudaría cual serpiente al refregarse contra mí, el aspecto descuidado y los movimientos simiescos, de macho espalda plateada que se mueve con la horda, se soba los huevos y escupe porque le han dicho que así debe ser. Pero en el fondo, yo sabía que era una cangreja. Ojo de loca no se equivoca, reza el refrán porque donde pongo el ojo me ponen la tranca y aunque el árbol haya nacido doblado y quiera enderezarse yo me encargo de torcerlo entre mis piernas.

Me acerqué con la maña asomada a mi deseo, le miré mientras se llevaba un cigarrillo a los labios en la típica pose de James Dean, creyendo el tipo que así se vería más hombre; pero lo que aquél muchacho de las nalgas de burbuja no sabía, era que el Rebelde sin causa también era cangreja. ¿Me regalas un cigarrillo?, le pregunté jugando a su juego de macho en la calle, Claro, me dijo acercándome la cajetilla, entonces, con la lujuria dilatándome las ganas le dije: Pero no ahora, mejor me lo fumo después que me hayas cogido y mi cabeza se encuentre sobre tu pecho, respirando tu sudor.

Nos fuimos al hotel y me atravesó con la tranca que había sacado de su closet ya abierto con la llave de la desnudez mutua. Nos bebimos en copas de ombligo a la vez que jugué un tres en gallo en su espalda. Y cuando ya no hubo más secreto sobre nuestro vientre fue que el crimen ocurrió. Fue rápido, un delito ansioso, más ansioso que la cogida, el manoseo y luego la leche caliente cubriéndome la espalda. En el acto más sucio él me convenció de entregarle mis labios y ahí fue cuando ocurrió. Lo besé y le robé la voz porque quería llevármelo a él, tenerlo como prenda que de noche me adornara el cuerpo o sombra proyectada en el asfalto del medio día; pero sabía que no podría tenerlo porque este era un juego que sólo se da entre cuatro paredes.

Y continúo escuchando a la negrita, que con voz cálida me reclama el delito: Tu voz se adentro en mi ser y la tengo presa… Me fui del hotel, llevándome su voz. Por ello no canto porque cuando una cangreja canta, sus delitos intentan escapar de su oasis faríngeo.

De no haberle robado la voz a ese muchacho, tal vez habría podido gritarme que no me fuera y que me amaba o, tal vez, de habérmelo encontrado de nuevo por la calle, cuando descubriera que le miraba hubiese podido gritarme : ¿Qué me ves pinche puto? Y yo habría ido a la tienda más cercana por una cajetilla de cigarros…
Iván Vázquez

sábado, 31 de enero de 2009

FÉNIX

En la noche, un sonido y luego calma. De otros labios la bullanga y en nuestros oídos el silencio; pero todo triunfo es ladino y engañoso. Habrá quienes roben el silencio para maldecir, otros que se regocijarán con la ambrosía derramada por otros labios. Y quienes duden que se puede regresar de la muerte; lo que no saben, es que necesitamos incendiarnos para resurgir de nuestras cenizas.

lunes, 12 de enero de 2009

Te invito a un polvo: El erótico y transgresor sonido del bolero en "Invitación al polvo" de Manuel Ramos Otero.

Por: Iván Vázquez
**Ponencia presentada en el VI
Congreso Nacional de Estudiantes de Literatura
en la ciudad de Puebla.
I. El polvo

El polvo, miles de partículas impregnándose en infinidad de objetos. En nosotros mismos. “Te invito a un polvo”, el sema polvo se impregna no de él mismo, sino de múltiples significados. Polvo: Droga, suciedad, sexo, maquillaje. La asociación sígnica resulta deliciosa, podrían hacerse infinidad de asociaciones mórbidas con la polisemia de la que está cargada; más aún si tomamos la acepción bíblica: El origen del ser humano, “Polvo eres y en polvo te convertirás”.
¿Provenimos del polvo o de un polvo?
Somos del polvo. Del polvo venimos y hacia el polvo vamos. Somos hijos del polvo, aunque la semilla infecunda en la tierra, o en el ombligo de otro cuerpo, habite. Es lo que Manuel Ramos Otero intentará desvelarnos en uno de sus poemarios – a mi parecer – más íntimo: Invitación al polvo.
En este poemario Ramos Otero habla desde la visión del poder y la impotencia de estar infectado con el mal del siglo XX: El VIH/SIDA. Encontraremos en la obra, además de múltiples referencias intertextuales a conocidos boleros Latinoamericanos – cuestión que se volverá importante ya que la idea de tomar como base al bolero vendrá a transgredir no sólo el género musical sino la poesía latinoamericana, transgresión que será importante como veremos más adelante – la idea de Matriz de la penetración.
Particularmente, concibo esta idea de la matriz de la penetración, en relación con la carga connotativa del acto físico de penetrar en otro cuerpo; pero, comulgo más con la idea de que en realidad lo que penetra es toda aquella nueva visión marginal del homosexual en los años ochenta, una forma renovada de incrustarse en la literatura y en la poesía, de alzar la voz e imponerse al silencio; mostrar al homosexual como un ser verdaderamente sexual – como lo haría Severo Sarduy – o como un ser aquejado por la nueva pandemia que aún no es nombrada porque se ignora su procedencia y se adjudica exclusivamente a los homosexuales, ser que se conformará en los versos de Manuel Ramos Otero. Esta idea de La matriz de la penetración se vuelve un diálogo entre hablante lírico y lector, formando un vínculo, ideas eslabonadas que se desperdigarán a lo largo del poemario; reclamando y mostrando la faz desgarrada del poeta que utiliza al Neobarroco como una forma de expresión, especialmente el Conceptismo.
Por ello, es que me avocaré a analizar la forma en que Ramos Otero utiliza como pretexto el bolero para conformar su discurso lírico, mismo que llevará entre sus versos la palabra escrita y la palabra vuelta carne, vuelta sexo. Porque el poeta ya no habla del amor que teme ser nombrado, sino del amor que es vociferado, que se ve envuelto por dos cuerpos y la canción surgida de ellos no es más que la nota de un bolero impregnando la intimidad de una habitación.
II. Transgresión y erotismo

¿Cómo una acción física repercute en una corriente? Eso es lo que al final de cuentas encontramos en Manuel Ramos Otero: la penetración. El goce de trastocar el sentido mediante toda una ideología y toda una estética en la poesía latinoamericana.
Si tomamos como punto de partida a Foucault, es casi obligado referirnos al placer y al poder en las relaciones sexuales. En un encuentro homosexual, el sujeto que penetre, estará ejerciendo un mecanismo de poder al penetrar a la pareja. Lo mismo sucede con el homobarroco y la inclusión de la homosexualidad.
Si nos contextualizamos y cambiamos el rumbo de nuestra mirada hacia los años ochenta, recordaríamos los problemas que aquejaron a la comunidad homosexual: la infección por VIH/SIDA y los prejuicios, aún latentes, en las diversas sociedades patriarcales. Ahí, que el poemario hable desde el margen y mantenga ciertos tintes transgresores en las temáticas abordadas en los mismos.
Debido a las características del ambiente social en el que el poeta se desenvuelve es de esperarse que adopte una voz pasiva y así lo hace Ramos Otero, pero la pasividad demostrada en el poemario no responde al miedo o a la mesura adquiridos para desarrollar el tema; por el contrario, desde su pasividad incitará a una segunda persona a iniciar el juego sexual, llevándonos, como lectores, por varios umbrales pues nos hace partícipes de la ficción, y en esa interacción Autor – texto – lector es que el propósito trasgresor de Ramos Otero se legitima: “Atentar contra el decoro de una clase burguesa particular, en el Puerto Rico que le tocó vivir a Ramos Otero, es una de las constantes de su poesía”.[i]
Es interesante, que la pasividad aparente es la del bolero, cuya retórica siempre marca una relación de subordinación de los dos sujetos involucrados –el yo que canta ante el tú que es destinatario del discurso emitido.
Ramos Otero nos guiñará el ojo y nos insinuará – mediante sus mecanismos poéticos – prácticas sexuales que pudieron haber resultado un tanto “escandalosas” en el año de publicación de Invitación al polvo; aún hoy en día en que el bolero, la salsa o el reggaetón han destapado muchos campos semánticos de la música popular contemporánea:

Dios tuvo que romper tu molde, amor,
y tuvo que soplar de otras maneras,
quiso que de su leche tu bebieras
y hasta Cuba te mandó con gran temor.

De noche te nació para que fueras
del beso negro sabroso embajador,
hombre te hiciste cueriando con dolor
y nada te enseñó que no aprendieras.
[ii]

En los versos anteriores se combina no sólo la irreverencia de jugar con los conceptos religiosos del génesis, también cruza la línea y crea un génesis particular, génesis que se empapa con la conformación de un hombre creado para perpetuar el placer homoerótico y no la mera contemplación espiritual. Ahí la apropiación de un elemento propio de la poética boleril, Dios creador de la mujer inalcanzable que guarda dentro de si múltiples ambigüedades, que puede ser virtuosa al mismo tiempo que perversa o una seductora que se complace con mantenerse alejada, en el plano de un mero objeto del deseo que no siempre puede alcanzarse; sólo que, en el caso de Ramos Otero, Dios crea a un hombre que llevará el concepto de “amaos los unos a los otros” a otros niveles.
El bolero impregna cada poema y dota el conjunto del poemario con los ritmos propios de este género musical, creando una atmósfera melancólica que inevitablemente nos arrastrará al universo del hablante. Dicha melancolía no podría ser completamente comprendida de no ser por las diversas referencias intertextuales de diversos boleros.

Éramos flores desterradas desde un Caribe ancho
y luminoso a un apartamento nocturno y estrecho.
Éramos un recuerdo distinto y similar de voces
amorosas que quedaron atrás encerradas en el mar
(…)
Éramos boleristas de la misma loseta: vereda tropical
[iii]
y niebla del riachuelo, un desvelo de amor bajo
Venus, olas y arenas de una nave sin rumbo, besos
de fuego para una canción desesperada, yo era una
flor y tú mi propio yo. Con lágrimas de sangre
quise escribir la historia que ahora escribo con
sangre, con tinta sangre, del corazón.
[iv]

Observamos dos referencias. La primera de ellas al título del bolero “Vereda tropical” escrito por Gonzalo Curiel y la segunda incluye algunos versos de “Nuestro juramento” compuesto por Benito de Jesús. Lo relevante además de las referencias es que el hablante lírico se reconoce a sí mismo y a su amante como “boleristas de la misma loseta”, seguido de dos puntos vienen las referencias a los boleros denotando una construcción a partir de la sabiduría musical popular y esa apropiación de la música popular, reescrita en un contexto homoerótico, nos está diciendo que para el poeta las notas de una canción no tienen por qué tener un sexo definido, porque en ese intercambio de los valores, podríamos aplicar lo que Henrry Marcuse nos dice: “El impulso biológico llega a ser un impulso cultural. El principio del placer revela su propia dialéctica. La aspiración erótica de mantener todo el cuerpo como sujeto – objeto del placer pide el refinamiento continuo del organismo, la intensificación de su receptividad, el crecimiento de su sensualidad.”[v] La homosexualidad encontrará su propia dialéctica a partir del intercambio de los discursos – el homosexual por el heterosexual – para insertarse en una esfera social diferente.
Las estructuras de los poemas, responden también a las formas del género musical, tal es el ejemplo del poema Ni tanto en el que las repeticiones de la palabra que le da título al texto servirán de estribillo, añadiendo a los versos una musicalidad particular:

Ni tanto
quien todo espera todo gana
Ni tanto
si no llega el amor sufre mañana
Ni tanto
no es justa la desilusión sin dolor
Ni tanto
besos de viento en su húmedo olor
Ni tanto
leche en la boca sin sabor
[vi]
Ni tanto
cuerpo con cuerpo, sudor con sudor,
Ni tanto
bicho violento en la resurrección
Ni tanto
vagabundo invisible en la pasión
Ni tanto, Ni tanto, Ni tanto.
[vii]

Sutilmente Ramos Otero nos describe una felación conjugando tres de las ideas que dan seguimiento a este ensayo: El erotismo, la transgresión y el bolero, fusionándolos en el cuerpo, un cuerpo de papel y tinta, refrendando de esta manera los elementos propios de la región caribe que posee su propia arte erótica, una poética del deseo.
Ese predominio del cuerpo no es gratuito, en palabras de Mayra Santos – Fébres: “La presencia del cuerpo en la literatura caribeña suele señalar hacia otro espacio de contención y negociación literaria – la que define al cuerpo como la frontera entre lo social y lo íntimo.”[viii] Si el cuerpo, como nos dice Santos – Fébres, se encuentra en esa frontera, ese espacio apenas tangible entre lo social y lo íntimo, no es difícil entender que se tienda hacia el predominio del mismo tratando de volverlo usual, cotidiano, porque al escindir la actitud de extrañamiento al momento de enfrentarnos con esa frontera estaremos permitiendo que se cruce la línea, que el discurso marginal se vuelva próximo: “Por ello, la inscripción del cuerpo dentro de la literatura caribeña contemporánea responde a una necesidad de nombrar la diferencia, la existencia de lógicas, historias, experiencias y sexualidades diferentes a las permitidas y registradas por el discurso oficial.”[ix]

III.- Te invito a un polvo.

Para finalizar, retomemos la idea que se planteó al inicio del ensayo: la matriz de la penetración. He presentado ejemplos de cómo el poeta está retomando el bolero a nivel estructural y temático, reconfigurándolo dentro de un discurso homosexual, una estética queer. El poeta está proponiendo una revisión del canon a partir de los elementos que conforman el canon mismo.
No es azaroso que las colectividades homosexuales se apropien de las manifestaciones culturales, sobre todo de la cultura popular; al final de cuentas, se está buscando un discurso de alteridad. Sin embargo, en el año de publicación del poemario, aún se mantenían ciertas renuencias ante las temáticas homosexuales, por ello es que la poesía de Ramos Otero se mantuvo en el margen.
Desde el margen, siempre desde el margen, este poeta decide desvelarse y mostrar sus preferencias sexuales; el hecho de que utilizara la forma del bolero, dio gran significación a su obra poética por todo lo que se puede insinuar, con la ironía que la forma anida entre sus versos y con la incansable voz que todo lo alumbra, que todo sostiene entre sus dedos.
Ahora, ya entrado el siglo XXI, leemos a Ramos Otero y sus versos continúan vigentes. Aún penetran en el lector y en la lectora. El mensaje sigue adentrándose en las fibras más íntimas de quien se acerque a los versos, los corruga y los deja caer, para observar cómo se incendian, mientras las páginas se impregnan de un olor a sexo, empapándose con la melancolía de un sutil bolero.


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[i] Torres, Daniel. El “Hombre de papel” en invitación al polvo de Manuel Ramos Otero. En “Verbo y carne en tres poetas de la lírica homoerótica en hispanoamérica”. Editorial Cuarto Propio. Chile, 2005. Página 114.
[ii] Ramos Otero, Manuel. Invitación al polvo. Editorial Plaza Mayor. Puerto Rico, 1991. Página 34.
[iii] La negrita es mía.
[iv] Ramos Otero, Manuel. Invitación al polvo. Editorial Plaza Mayor. Puerto Rico, 1991. Página 33.
[v] Marcuse, Henrry. Eros y civilización. Joaquín Mortiz, 1965, México, DF. Pág. 218-219.
[vi] La negrita es mía.
[vii] Ramos Otero, Manuel. Invitación al polvo. Editorial Plaza Mayor. Puerto Rico, 1991. Página 11.
[viii] Santos – Fébres, Mayra. Los usos del eros en el caribe en sobre piel y papel, 2005, Pág. 89.
[ix] ibid. Pág. 90.
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Bibliografía consultada
Bataille, Georges. El erotismo. Tusquets. México, DF. 1997 Marcuse, Herbert. Eros y civilización. Joaquín Mortiz, 1965, México, DF.
Otero, Manuel. Invitación al polvo. Editorial Plaza Mayor. Puerto Rico, 1991.
Santos – Fébres, Mayra. Los usos del eros en el caribe en sobre piel y papel, 2005.
Torres, Daniel. El “Hombre de papel” en invitación al polvo de Manuel Ramos Otero. En “Verbo y carne en tres poetas de la lírica homoerótica en hispanoamérica”. Editorial Cuarto Propio. Chile, 2005.

Los límites del cuerpo


I

Siempre una sonrisa de gato asomándose en ti. Un misterio, una nueva forma de ver tu desnudez a través de la sonrisa. Como un pequeño felino te muestras, tu espalda simula olas en el aire y luego, como frente a un desbarrancadero de silencio, avientas el peso de tu cuerpo sobre tus antebrazos. Yo te miro. Yo, que he devastado varias ciudades imaginarias en busca de una sonrisa felina como la tuya. Frente a mí avanzas, juegas con las cortinas, las sombras que las velas producen en las paredes te entretienen. Continúas avanzando. Paso, paso, paso de gato. En mi regazo te amodorras y arqueas la espalda cuando deslizo una mano por tu espalda. Acurrucado sobre mis piernas, como un pequeño y dócil gato, bebes la leche tibia a través de mi vientre.
Iván Vázquez