sábado, 14 de febrero de 2009

EN SUS OJOS INFINITOS...

Para el abismo de sus pupilas
El cielo a veces me escupe y caigo como una gota en cualquier lugar. No importa dónde ni la razón por la cual deba estar ahí; lo verdaderamente importante es que, por algún motivo, siempre es el momento indicado. Y luego, cuando todo ha pasado, igual que toda gota me evaporo para elevarme y ser llevado a otro sitio.
Caí. En aquellas mesas ocupé la silla de siempre, escuchando el mismo barullo, fumando de la misma forma compulsiva, pero solo y sin los rostros conocidos de otro tiempo. Escribía garabatos que se desenredaban de sí mismos y se curveaban hasta deletrear un nombre. Y yo me llevé el nombre a mis labios, les ungí sonido con mi lengua y dientes para luego desgranarlo en un suspiro. Y ahí, al fondo, apareció él de la misma forma solitaria en que yo me hice cuerpo ante sus ojos.
Nos miramos. Fingimos no existir, pero durante aquél segundo en que nuestros ojos se enfrentaron ninguno de los dos pudo evitar ser ultrajado por el recuerdo. En un pestañeo nuestra imagen junta en aquellas mesas, riéndonos y desperdiciando el tiempo. En sus ojos infinitos nos ví a nosotros en aquella noche en que nos admiramos en silencio y apagamos las luces para no avergonzarnos. Hombre frente a hombre. El espejo y nuestra piel. Ambos, reflejos del deseo. Nuestra ansia adivinada. Nuestra ansia anochecida. Pegados a nuestros ombligos como colibríes al alcatraz libamos. Libamos. Luego escapamos por el vientre hasta encontrarnos en nuestro secreto. Un secreto de sábanas y sonidos que fueron desfalleciendo frente a una almohada. Tus ojos ahogando la imagen en mi nuca y yo, sometido, torciendo el cuello para encontrar tus labios y devorarte el aliento. El dolor no fue eterno, desapareció cuando el cosquilleo en mis entrañas llegó.
Y continuamos mirándonos, a la distancia nuestros cuerpos mudos. No quise regresar a nuestra realidad. Desee continuar en este juego de la pretensión. Engaño. Engaño y placer. Tus amarres y los míos. Mis cuerdas más frágiles que las tuyas. Y ambos mirándonos, sin ignorar que podría haber otro par de ojos que podrían observarnos y de inmediato querrían convencerme para que olvide tu reflejo en mi piel. Nos hallamos iguales en algo que no es el cuerpo y que, por lo mismo, jamás podrá descomponerse. Aún lejos, aún en nuestra propia ignorancia seguiremos siendo tan iguales, tan cercanos, que nuestros nombres se confundirán en los otros labios porque, hasta en eso, nos parecemos.
Todo en un segundo. Luego desviaste la mirada y continuaste fingiendo que entre nosotros no existía más que ese silencio, aquella distancia. Me consoló saber que no había odio en tu mirada, sólo el espejo opaco de la mirada detenida en el tiempo, enfrascada en la nostalgia y, mientras bebía el olvido directamente de tus pupilas, me evaporé…
Iván Vázquez

1 comentario:

  1. Simplemente excelente. No hay màs que decir.

    Marco Cañizales
    www.repertorioamericano.org

    ResponderEliminar