Escucho a Celia Cruz, una cachita de barro y voz de alondra. Escribo y una parte de mí desea que todo sea silencio. El silencio claro de una memoria sucia y nublada. Y recuerdo el momento en que le robé la voz a un muchacho.
Cuando le veía por la calle, me resultaba el ser más insignificante de todos. Una típica loca atrincherada en la oscuridad de su closet, asfixiada del olor a roble, naftalina y ropa guardada. Caminaba con la ropa amplia, que no se le convirtiera en una segunda piel que mudaría cual serpiente al refregarse contra mí, el aspecto descuidado y los movimientos simiescos, de macho espalda plateada que se mueve con la horda, se soba los huevos y escupe porque le han dicho que así debe ser. Pero en el fondo, yo sabía que era una cangreja. Ojo de loca no se equivoca, reza el refrán porque donde pongo el ojo me ponen la tranca y aunque el árbol haya nacido doblado y quiera enderezarse yo me encargo de torcerlo entre mis piernas.
Me acerqué con la maña asomada a mi deseo, le miré mientras se llevaba un cigarrillo a los labios en la típica pose de James Dean, creyendo el tipo que así se vería más hombre; pero lo que aquél muchacho de las nalgas de burbuja no sabía, era que el Rebelde sin causa también era cangreja. ¿Me regalas un cigarrillo?, le pregunté jugando a su juego de macho en la calle, Claro, me dijo acercándome la cajetilla, entonces, con la lujuria dilatándome las ganas le dije: Pero no ahora, mejor me lo fumo después que me hayas cogido y mi cabeza se encuentre sobre tu pecho, respirando tu sudor.
Nos fuimos al hotel y me atravesó con la tranca que había sacado de su closet ya abierto con la llave de la desnudez mutua. Nos bebimos en copas de ombligo a la vez que jugué un tres en gallo en su espalda. Y cuando ya no hubo más secreto sobre nuestro vientre fue que el crimen ocurrió. Fue rápido, un delito ansioso, más ansioso que la cogida, el manoseo y luego la leche caliente cubriéndome la espalda. En el acto más sucio él me convenció de entregarle mis labios y ahí fue cuando ocurrió. Lo besé y le robé la voz porque quería llevármelo a él, tenerlo como prenda que de noche me adornara el cuerpo o sombra proyectada en el asfalto del medio día; pero sabía que no podría tenerlo porque este era un juego que sólo se da entre cuatro paredes.
Y continúo escuchando a la negrita, que con voz cálida me reclama el delito: Tu voz se adentro en mi ser y la tengo presa… Me fui del hotel, llevándome su voz. Por ello no canto porque cuando una cangreja canta, sus delitos intentan escapar de su oasis faríngeo.
De no haberle robado la voz a ese muchacho, tal vez habría podido gritarme que no me fuera y que me amaba o, tal vez, de habérmelo encontrado de nuevo por la calle, cuando descubriera que le miraba hubiese podido gritarme : ¿Qué me ves pinche puto? Y yo habría ido a la tienda más cercana por una cajetilla de cigarros…
Iván Vázquez
Cuando las cangrejas cantamos los apendejamos, sienten temor por la distensión, por que las cangrejas también cantamos así: http://performativodecadente.blogspot.com/2008/06/suavemente-la-intensidad-del-lenguaje.html
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